Los mandó directo al diablo. Sin dudarlo ni un segundo. Le dieron veinticuatro horas para que lo pensara. Si se ponía necio, ya sabía lo que pasaría. Alejo Garza Tamez sabía de sobra lo que pasaría, y sabía de sobra lo que, de todas maneras, volvería a contestar. Que se fueran al diablo, que chingaran …
Dijo “no” y esperó a la muerte: el drama de don Alejo Garza
Los mandó directo al diablo. Sin dudarlo ni un segundo. Le dieron veinticuatro horas para que lo pensara. Si se ponía necio, ya sabía lo que pasaría. Alejo Garza Tamez sabía de sobra lo que pasaría, y sabía de sobra lo que, de todas maneras, volvería a contestar. Que se fueran al diablo, que chingaran a su madre, que no les iba a entregar su rancho. Lo más seguro era que lo mataran, pero no estaba manco, ni atado de manos. A sus 77 años, le iban a contar de narcos. Bastante había visto en el pasado reciente en esa tierra tamaulipeca que, a fuerza de trabajo y esfuerzo, él había hecho florecer.
La decisión de Alejo Garza estaba tomada desde que vio llegar a los Zetas a las puertas del rancho San José: él no iba a salir corriendo; él no iba a doblegarse. Si eso significaba morir baleado por aquellos criminales, ya estaría de Dios. Pero no se iban a ir limpios. Alejo Garza Tamez se iba a llevar por delante a cuantos pudiera.
UN HÉROE CONTEMPORÁNEO
Hace mucho que el calificativo de “héroe” le resulta incómodo a los historiadores y a los analistas de temas de seguridad. Pero el imaginario y la cultura populares no vacilaron en convertir a Alejo Garza Tamez en un héroe del violento Tamaulipas en noviembre de 2010, cuando se rehusó a entregar al grupo criminal Zetas el rancho que había levantado con su esfuerzo personal. ¿Por qué don Alejo, como se le conoció en todo el país, adquirió esa categoría? Por no haberse doblegado a los caprichos del crimen organizado. Por haber tenido la entereza a decirle “no” a quienes, hace 13 años y ahora, están seguros de que su voluntad es la única que prevalece, por encima de leyes y autoridades.
La historia del “no” de Alejo Garza estremeció al país entero como una cruenta instantánea, tomada siete días antes de la conmemoración del centenario del inicio de la revolución maderista de 1910. La fama de ese “no” y de sus consecuencias rebasaron las fronteras de México. El valor de enfrentarse en soledad a uno de los grupos criminales más notorios, violentos y organizados, los Zetas, convirtió a aquel anciano nacido en Nuevo León, pero tamaulipeco por decisión, en un símbolo de resistencia a la normalización de la presencia del narcotráfico y las muchas operaciones que de él se derivan.